Pregustas de un joven de grado undécimo


Pregustas de un joven de grado undécimo

Contestadas a través de la autoetnografía

Por: Andrés Felipe Pérez Velasco
Correo: andresfelipe3286@hotmail.com
Fecha creación del texto: abril 15 del 2017
Fecha de publicación en el blog: marzo 11 del 2019

autoetnografia


Las siguientes preguntas se ejercitarán con la práctica de la escritura auto-etnográfica, como una postura autoral-investigativa-subjetiva para el re-encuentro con nuestra propia identidad en nuestra biografía, con nuestra propia auto-educación cotidiana.


1- ¿Por qué eras soldado del ejército de Colombia?
2- ¿De niño te imaginabas que ibas a ser soldado?
3- ¿Cuál era tu percepción del bando enemigo?
4- ¿Recordabas a tu familia cuando estabas de servicio?
5- ¿Cuál era tu sentimiento cuando tenías el uniforme puesto y el arma  empuñada?
6- ¿Qué pensaba tu familia de esta prefación?
7- ¿Cuál era tu máxima satisfacción como soldado?
8- ¿Vale la pena ser soldado del ejército de Colombia?


1-La palabra “ser”, zapatero, abogado, o militar (en éste caso)  marca la persona dentro de la sociedad con prejuicios que nacen de diversas fuentes reales,  verosímiles y arteras, siempre he visto la profesión como una manera de afrontar el mundo, de aportar en la sociedad, solo como eso, pues el ser no está supeditado a una profesión, el ser humano es una figura multidimensional, y la profesión es solo una cara de esa compleja figura.

El ser militar era mi manera de tratar de interpretar un papel de ayuda a mi país, un territorio fuertemente conmocionado por una guerra irregular, una guerra de la cual toda la sociedad toma parte con variopintos papeles, sea indolente o consciente, el ser militar era el vehículo que en mis años más efervescentes trataba de utilizar para alimentar la sed de justicia que desde mi infancia se implanto en mi ser, quizás, sembrado por mi súper héroe favorito (que no es súper héroe) Batman, y no es de extrañar, pues ahora soy muy consciente del poder de la narrativa.

Siendo honesto en el ejército y las fuerzas policiales hay básicamente tres tipos de personas, está el militar patriota, que busca con ahínco salvaguardar su terruño como si fuera su madre, el segundo es el que busca el ejército para encontrar un lugar que le brinde estabilidad profesional, aun a riesgo de su vida, y el tercero, el que utiliza la legalidad que brinda la embestidura de las fuerzas militares para sencillamente poder matar personas.
En aquellos años el combustible que alimentaba esa sed era el miedo, miedo a no poder salir a la calle, sin estar siempre en guardia a cada giro de esquina, o en los parajes campiranos, en las montañas, desfilando como hormiguitas las siluetas de los guerrilleros que recorrían las simas inoculando desasosiego, y el peor de los males, el miedo.

En mis años adultos, sigo viendo la profesión como una manera de encarar la realidad que implanta el orden social, con la adultez llega la experiencia, y con ella he logrado ver con más detenimiento el papel que interprete como militar en aquellos años, quizás fui uno de los miles de Batman que componen el ejército colombiano, resguardando con fervor la justicia, pero al igual que el hombre murciélago impulsados por la ira, la rabia. El miedo.

2-De niño recuerdo que primero quise ser paleontólogo, pues en aquellos años estuvo de boga los dinosaurios, también me enamore de los libros, veía como mágico el poder crear libros, años después estudie diseño.
Por otro lado Hollywood hizo su parte, otra vez el poder de la narrativa, recuerdo películas como “Los doce del patíbulo”, “El sargento de hierro”, “Fullmetal jacket” o “Rescatando al soldado Bryam” y por otro lado los vídeo juegos hicieron lo suyo.
Claro, me imaginaba como un soldado, buscando enemigos pintados de amarillo, lo que no sabía era que en mi crecía una pasión que siempre movía todo en mi vida, fuerza desconocida que hizo que terminar en el ejército.

3-como decía anteriormente, veía desde mi infancia en los numerosos viajes al campo con mi familia, hileras de guerrilleros recorriendo las simas de las montañas del valle, los veía como algo foráneo a mí, por otro lado siempre he tenido buena memoria, y recuerdo las caras de temor de mis familiares tratando de encontrar una manera de escabullirnos ante la presencia subversiva.
Tiempo después en el secuestro de la iglesia María, mi equipo de fútbol estuvo muy cercano de ser posiblemente secuestrados, un bus lleno de niños, carne de cañón fácilmente presta para adoctrinamiento, recuerdo como si fuera ayer que a pocos metros los guerrilleros subían la gente de dinero a las camionetas para alejarlos de su familia.
Agradezco al universo ponerme desde mi infancia los libros en mi mano, ya dentro de las fuerzas militares podía ver mejor la realidad de los hombres que componían las fuerzas guerrilleras y paramilitares, esto siempre me costó muchos problemas con algunos de mis compañeros de armas, siendo consciente de esto, deje de lado mis comentarios y los concentre en compañeros con mentalidad más abierta, hablando en rincones sobre lo que realmente pensábamos del conflicto irregular interno que desangraba el país, el tiempo pasaba, y cada vez éramos más conscientes de la complejidad del “ser” militar.

4-Mi familia y familiares siempre estuvieron muy presente en los años que el ejército envistió mi realidad, eran el otro combustible que impulsaba mi labor como militar, quería ver un país más justo para ellos y los colombianos. En esos tiempos la mejor manera que encontré de mantener un contacto más cercano fue la escritura epistolar (cartas) de nuevo, la narrativa en mi vida.

5-La envestidura militar nunca tuvo una especie de halo embriagador en mí, pero haciendo honor a la realidad tenía cierto toque especial cuando estaba acompañado de mujeres.
Por otro lado el uniforme y las armas generaron en mi un profundo respeto hacia el símbolo que representaban, era como un gran peso que siempre me recordaba la responsabilidad que cargaba, que con el tiempo aprendí a manejarlo mejor, pero siempre estuvo esa sombra, quizás porqué el “tío Ben” nos enseñó en la infancia: “Peter (hombrearaña), un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. Y de nuevo esa fuerza latente en la vida.

6-Recuerdo que siempre decía querer ser militar, y en aquellos años mi familia lo veía como algo divertido, ulteriormente en el último grado del colegio, mis padres comprendiendo la complejidad del país miraban con preocupación mi elección en la vida, pero siempre mostrando un apoyo en ésta nueva etapa en mi vida.
Por otro lado, en mi memoria todavía reposan las indirectas contra las fuerzas militares que algunos familiares lanzaban cuando se enteraron que efectivamente iba entrar al ejército, todos interpretando una postura en la en la realidad nacional, todos hablando sobre una de las caras de ésta compleja figura de la realidad.

7- En aquellos años mi máxima satisfacción era ser uno de los tantos Batman que velaban por la justicia en mi país, a mis 20 años era muy consciente de una de las leyes que rigen el universo, el Karma y Dharma. 
Un agosto del 2007 me enfrente a algo que todo militar sabe que en algún momento deberá manejar en éste país, el primer ofrecimiento de soborno.
Un motociclista paro ante mi reten en donde era comandante de pelotón, por supuesto nadie en mi unidad tenia apellidos o signos de rangos en el uniforme (pues en el área se evita esto), el motociclista busco al comandante, Salí a su encuentro, negociamos, e informo que el camión pasaría en pocos minutos con el correspondiente soborno y carga.
El camión llego, se detuvo, nos entregó el soborno, mis hombres hicieron lo que yo había ordenado, detuvieron al motociclista, a los conductores del camión y se incautó la carga y la cuantiosa suma de dinero, comunique rápidamente al comandante de batallón, entretanto el motociclista nos amenazaba, no me interesó, ya el pelotón estaba dispuesto en el área para enfrentar lo que llegase. En ese momento me tranquilizo pensar en las miles de familias que no serían destruidas por la droga incautada, todos sabíamos que era lo justo.

8- la pregunta es tan válida como preguntarle a un jardinero si vale la pena ser ello, o a una persona que vende minutos (de celular) en la esquina de algún barrio, o al político. Todo ser humano, hombre o mujer llegado su tiempo entra a una tienda de disfraces movidos por una fuerza ignota y poderosa que los impulsa a seleccionar un disfraz, para tomar un rol, todos y cada uno de ellos serán héroes, antihéroes, villanos y victimas en algún momento de sus vidas.
Quizás en el papel de victimas todos nos estructuramos, en algún momento nos enfrentamos a lo que Bruce Wayne (Batman) fue expuesto en su infancia, la perdida brutal e intempestiva de algo que amaba (familia, libertad, paz…), y es ahí donde cada ser toma la decisión consciente o inconsciente de tomar un papel en la sociedad, sin sabernos, emprendemos un camino a esa tienda de disfraces, tomando con fuerza esa envestidura para tratar de arreglar el mundo, olvidándonos del ser que habita ese disfraz, y quizás, en nuestras correrías, con algo de suerte, y con el pasar de los años encontraremos eso que Bruce Wayne olvido.

Sí, por supuesto que sí, militar, gerente o cura, todos y cada uno de esos antifaces nos conducirán con dolor, felicidad, amor y esfuerzo a entender la complejidad del poderoso y embriagante encanto del universo que habitamos.





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